Spoiler: Sanar te romperá antes de hacerte completo
Porque la verdadera transformación rara vez llega envuelta en comodidad.
Sanar no siempre se parece a la luz.
A veces se parece a la sombra que regresa.
No es un camino recto ni suave.
Es un descenso: a veces sutil, a veces abrupto.
Como el invierno que prepara la tierra en silencio, sin pedir permiso.
Hay una trampa en creer que sanar es “mejorar”.
Sanar, en realidad, es recordar.
Es tocar lo que dolió, una vez más — esta vez, en compañía.
Es aprender a quedarte donde antes huías.
Es desmontar la idea de que tienes que ser otra persona para merecer amor.
Mucho de lo que llamamos “funcionar” es, en el fondo, adaptarse al dolor.
Y a veces, lo que más miedo nos da no es el sufrimiento, sino la posibilidad de cambiar.
Porque el cambio interrumpe.
Y por un tiempo, todo se siente incierto.
Pero allí, en ese espacio donde ya no sabes quién eres,
pero tampoco quieres volver a lo que eras,
algo comienza a moverse.
Nadie puede sanar por ti.
Pero no tienes que hacerlo solo.
Y aunque no lo parezca, si estás sintiendo, dudando, buscando —
ya has comenzado.
Sanar no es una meta.
Es un acto valiente de amor propio.
—Reflexiones desde el espacio terapéutico